Esta frase parafraseada de José Martí puede sintetizar de manera muy exacta un sentimiento latente entre el espectro de posiciones alrededor de la situación nacional en los actuales momentos. El Gobierno de la República quiere comunicar, pero no ejecuta. La sociedad ya no quiere escuchar más justificaciones, y quiere ver acciones.

El hito simbólico de los primeros cien días de gobierno permitió catalizar el sentir y pensar de la totalidad de actores influyentes del país. De manera muy interesante, entre los simpatizantes y los críticos de la actual administración gubernamental se identifican cuando menos cuatro puntos de importante coincidencia.

El primero de ellos es que más allá de la retórica y la polémica, los resultados prácticos de esos primeros cien días son menos que magros, con la observación compartida entre muchos de que las actuales autoridades tienen un marcado desconocimiento del Estado, de la gestión pública, experiencia inexistente, incapacidad de construir alianzas para gobernar y constantes traspiés jurídicos

El segundo consenso es que ya hay saturación y cansancio entre el gran público acerca de los constantes ataques del Gobierno a la Fiscal General y al Ministerio Público, lo que es percibido de alguna manera como una agenda gubernamental mono-temática, además de infructuosa.

El tercer motivo del sentimiento compartido se debe a la percepción extendida de que, lejos de procurar y gestionar la unidad nacional y la armonía de propósitos, el Ejecutivo alienta de forma constante la confrontación y la división, muy a pesar de su constante recurrencia retórica a los conceptos de diálogo e inclusión.

El corolario de las coincidencias de las más diversas y hasta contrarias opiniones y posiciones es que el Gobierno debe ponerse ya a trabajar. Ya no están en campaña electoral, ya no son activistas sino funcionarios, ya deben hacerse cargo de asumir y gestionar los problemas, ya deben demostrar resultados medibles y tangibles en materia económica, social, ambiental y de seguridad. Fueron electos para gobernar Guatemala y atender sus problemáticas, y no para condescender con los actores internacionales.

Quizás estén aún en los últimos minutos de buena voluntad de colaboración que muchos les manifestaron para el éxito de su gestión, pero que fueron ignorados o rechazados bajo la premisa de que quien no es Semilla, es corrupto. De lo contrario, en muy corto plazo las filas de detractores se verán bastante engrosadas hasta por aquellos que, hasta hace poco, eran sus más fieles defensores.

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